El Último Verano de Hermann Buhl: Triunfo y Tragedia en el Karakoram
El Héroe Inquieto
En la primavera de 1957, cuatro años después de su legendaria y solitaria conquista del Nanga Parbat, Hermann Buhl no era un héroe en reposo. Era un hombre poseído por una nueva idea, una visión que trascendía la mera acumulación de cumbres. La odisea de 1953, una ascensión de 41 horas que culminó con un vivac de pie por encima de los 8.000 metros, lo había consagrado como una de las figuras más imponentes del alpinismo mundial. Sin embargo, esa victoria le había dejado cicatrices indelebles. Físicamente, sus pies, con dos dedos parcialmente amputados por la congelación, eran un recordatorio constante del precio pagado. Psicológicamente, estaba inmerso en una agria batalla legal con Karl Maria Herrligkoffer, el líder de la expedición al Nanga Parbat, sobre los derechos de explotación de la hazaña.
Este conflicto no era una simple disputa por dinero o reconocimiento; representaba un choque fundamental de filosofías. Por un lado, estaba el modelo de "expedición de asedio" de Herrligkoffer: grandes equipos, logística pesada y una estructura de mando jerárquica donde el alpinista era una pieza más en el engranaje del líder. Por otro, estaba el espíritu de Buhl, el del escalador puro, un individualista testarudo —un
Dickkopf, como lo describían— que había alcanzado la cima del Nanga Parbat precisamente desobedeciendo las órdenes de retirada de Herrligkoffer. Aquella experiencia lo había convencido de que el alpinismo de altura debía ser liberado de las ataduras burocráticas y logísticas que, en su opinión, ahogaban el verdadero espíritu de la montaña.
Así, la expedición austriaca al Karakoram de 1957 se convirtió en algo más que una simple escalada. Fue la cruzada personal de Buhl. Su objetivo era el Broad Peak, de 8.051 metros, una de las últimas cimas de ochomil metros aún vírgenes. Pero el verdadero objetivo era demostrar que un equipo pequeño y autosuficiente podía triunfar en el Himalaya utilizando lo que él denominaba "estilo alpino occidental" (
West-Alpine Style): una filosofía ligera, rápida y autónoma que él había defendido durante mucho tiempo. Era su respuesta a las expediciones mastodónticas de la época, su oportunidad de escalar en sus propios términos, en una hermandad de iguales.
Sin embargo, esta expedición, concebida como un manifiesto de pureza alpina, llevaba en su seno las semillas de su propia contradicción. La historia de su éxito pionero se entrelazaría inseparablemente con un oscuro relato de conflicto humano, de egos enfrentados y lealtades fracturadas. Culminaría con una de las tragedias más resonantes de la historia del alpinismo, planteando una pregunta que perdura hasta hoy: ¿fue el último verano de Hermann Buhl el acto final de un visionario que empujaba los límites de lo posible, o la crónica de una caída anunciada, impulsada por las mismas pasiones humanas que pretendía trascender?
Un Estilo Revolucionario en el Himalaya: La Expedición Austriaca de 1957
La expedición de 1957 fue, en su concepción, una declaración de principios. Buhl, junto con sus compañeros, se propuso importar a las grandes cordilleras del Karakoram una ética forjada en los Alpes: la autosuficiencia, la velocidad y un equipo mínimo. Esta filosofía, que sentaría las bases del futuro estilo alpino en los ochomiles, era radical para su tiempo.
La Filosofía: "Estilo Alpino Occidental" Definido
El plan era audaz y ascético. Un equipo de solo cuatro escaladores se enfrentaría al Broad Peak sin oxígeno suplementario, un dogma para Buhl, y, de manera crucial, sin la ayuda de porteadores de altura. Los propios alpinistas serían responsables de todo el trabajo en la montaña: abrir la huella, fijar cuerdas y, sobre todo, transportar la totalidad de su equipo y provisiones para establecer los campamentos de altura.
El destino pareció reforzar esta filosofía desde el principio. Mucho antes de llegar al campamento base, en el traicionero terreno del glaciar del Baltoro, la mayoría de sus porteadores locales, abrumados por las fuertes nevadas y el frío intenso, desertaron y emprendieron el camino de vuelta. Lejos de verlo como un contratiempo, el equipo lo asumió como parte del desafío. Organizaron las 60 cargas restantes, de unos 35 kilogramos cada una, y durante días realizaron múltiples viajes para trasladar todo el material ellos mismos. Buhl y sus compañeros consideraron este esfuerzo hercúleo no como una carga, sino como un entrenamiento perfecto y un método ideal de aclimatación.
Es importante matizar, como señalaría décadas más tarde Reinhold Messner, que este no fue un "estilo alpino puro" en el sentido moderno del término, que a menudo implica una única y rápida ascensión desde la base hasta la cima. La expedición austriaca sí estableció una serie de campamentos de altura, una "escalera de campamentos" como la describió Kurt Diemberger, para progresar por la montaña. Sin embargo, su enfoque de expedición ligera, sin apoyo externo en la montaña, fue un precursor directo y una inspiración fundamental para el estilo alpino que Messner y otros llevarían a su máxima expresión en las décadas siguientes. Fue una ruptura revolucionaria con las tácticas de asedio que dominaban la época.
El Equipo de Rivales
El éxito de una empresa tan minimalista dependía por completo de la cohesión y la fortaleza de sus cuatro miembros. El equipo austriaco era un cuarteto de talentos excepcionales, pero también de personalidades fuertes y ambiciones latentes que contenían el potencial de la fricción.
Hermann Buhl (32 años): El alma y visionario de la expedición. Héroe del Nanga Parbat, era la figura más célebre del alpinismo austriaco. Su voluntad era legendaria, pero también su terquedad. Descrito como un solitario, de trato a veces áspero con sus compañeros, se tomaba las discrepancias como afrentas personales. Su condición física, mermada por las secuelas de 1953, era una incógnita y un factor crítico.
Marcus Schmuck (32 años): Un electricista de Salzburgo y un escalador de sexto grado de enorme fortaleza y experiencia en los Alpes Orientales. Fue designado líder oficial de la expedición. Esta decisión fue un compromiso pragmático: el Club Alpino Austriaco (ÖAV), receloso de la naturaleza controvertida de Buhl tras sus disputas con Herrligkoffer, no financiaría la expedición si Buhl era el líder formal. Esta solución creó una ambigüedad de poder fatal desde el inicio.
Fritz Wintersteller (29 años): El motor del equipo. Apodado "el toro" por su increíble fuerza y resistencia, era un escalador formidable que a menudo asumía la mayor parte del trabajo de abrir huella y transportar las cargas más pesadas. Su capacidad de trabajo era fenomenal, y junto a Schmuck formaba una cordada de potencia y eficiencia extraordinarias.
Kurt Diemberger (25 años): El miembro más joven, un estudiante de Viena con un talento excepcional para la escalada y la fotografía. Su cámara capturaría las imágenes icónicas de la expedición, y sus escritos, especialmente su libro Summits and Secrets, modelarían de forma decisiva la narrativa de los acontecimientos para las generaciones futuras. En 1957, era un joven admirador de Buhl, destinado a convertirse él mismo en una leyenda con la primera ascensión al Dhaulagiri tres años más tarde.
La estructura de liderazgo de la expedición estaba fundamentalmente viciada. No fue el resultado de una planificación operativa, sino de una componenda política para asegurar la financiación. Con Schmuck como líder oficial y Buhl como líder de escalada y guía espiritual, existían dos centros de poder en competencia. En la montaña, bajo la presión extrema de la altitud y el agotamiento, ¿qué autoridad prevalecería: el cargo formal de Schmuck o el juicio y el carisma legendario de Buhl? Esta tensión no resuelta fue el caldo de cultivo perfecto para la división. De forma casi natural, el equipo se fracturó en dos alianzas: la cordada de los pragmáticos y potentes, Schmuck y Wintersteller, y la del visionario y su joven discípulo, Buhl y Diemberger. La tragedia final de la expedición no nacería de un único error, sino de esta grieta estructural que se abrió desde el primer día.
El Asalto al Broad Peak: Una Cima, Dos Equipos
Una vez establecido el campamento base a 4.900 metros al pie del espolón oeste del Broad Peak, el cuarteto austriaco comenzó la hercúlea tarea de equipar la montaña. Día tras día, ascendían con pesadas cargas por las empinadas laderas, estableciendo su "escalera de campamentos". En su progresión, encontraron y utilizaron tramos de cuerdas fijas abandonadas por una expedición alemana fallida en 1954, lo que les facilitó parte del trabajo. El Campo II, situado a unos 6.300 metros en una meseta protegida por una cornisa de hielo, se convirtió en su base de operaciones avanzada.
El Primer Intento y la Lección de la Cima Falsa
El 29 de mayo de 1957, aprovechando una ventana de buen tiempo, Fritz Wintersteller y Kurt Diemberger lanzaron un primer y audaz intento a la cumbre desde el recién establecido Campo III. La progresión fue dura. La nieve polvo profunda y el frío intenso ralentizaban su avance, entumeciendo sus pies. Tras un esfuerzo considerable, alcanzaron lo que creían que era la cima, un punto a 8.030 metros de altitud. Sin embargo, al llegar, la euforia se transformó en consternación. Descubrieron que no estaban en la cumbre principal. Ante ellos se extendía una larga y afilada arista de más de un kilómetro y medio de longitud, al final de la cual se erguía la verdadera cima, apenas 20 metros más alta. Era demasiado tarde y estaban demasiado agotados para continuar. La "antecima" o "cima falsa" les había enseñado una lección crucial sobre la verdadera naturaleza del "Pico Ancho". Regresaron al campamento base para descansar y replanear el asalto definitivo.
El Ataque a la Cumbre: 9 de Junio de 1957
Tras recuperarse, el equipo completo se preparó para el segundo y definitivo ataque. El 9 de junio, los cuatro hombres partieron del Campo III, a unos 6.950 metros, en la oscuridad previa al amanecer. Desde el principio, la dinámica de la expedición se hizo evidente. Schmuck y Wintersteller, la cordada más fuerte y rápida, tomaron la delantera y se distanciaron progresivamente.
Detrás, Hermann Buhl luchaba. Su pie, dañado por las congelaciones del Nanga Parbat, le causaba un dolor atroz y ralentizaba su ritmo. Kurt Diemberger, por lealtad y admiración a su mentor, permaneció a su lado. La frustración de Buhl era palpable. Viendo que estaba frenando a su joven compañero, y en un acto de generosidad, le dio permiso para que siguiera adelante solo hacia la cumbre. Diemberger aceptó y aceleró el paso. Alcanzó la cima en solitario, pero la experiencia fue agridulce. Como escribiría más tarde, se sintió abrumado por una soledad "infinita y opresiva" en el punto más alto.
En su descenso, a punto de reunirse con Buhl, Diemberger vivió el momento que definiría la expedición y que quedaría inmortalizado en sus relatos. Mirando hacia abajo, vio un pequeño punto amarillo que se movía lentamente, casi imperceptiblemente, hacia arriba. Era Hermann. Impulsado por lo que Diemberger describió como una "increíble fuerza de voluntad", se negaba a rendirse. En ese instante, Diemberger tomó una decisión que hablaba del profundo vínculo que los unía. Dio media vuelta y volvió a ascender para encontrarse con su héroe.
Juntos, los dos amigos recorrieron el último tramo de la arista. Alcanzaron la cumbre principal del Broad Peak, a 8.051 metros, a las siete de la tarde. El sol se ponía sobre el Karakoram, envolviendo los picos circundantes, como el K2 y los Gasherbrum, en una luz mágica e irreal. Fue en ese momento, en esa "isla iluminada con toda la noche abajo", cuando Diemberger tomó la fotografía más icónica del alpinismo: Hermann Buhl, de pie en la cima, con su piolet, una silueta recortada contra el crepúsculo dorado. Era la imagen del triunfo absoluto de la voluntad sobre la fragilidad física.
El descenso fue una épica de agotamiento y camaradería. Envueltos en la oscuridad, se abrieron paso por la arista, asegurándose mutuamente, hasta que la luz de la luna les ofreció un respiro. Por un breve momento, en la negrura de la noche a más de 8.000 metros, los cuatro hombres que habían conquistado el Broad Peak volvieron a ser un equipo, unidos en la lucha por la supervivencia. Pero esta unidad era un espejismo. El día de la cumbre no había sido un triunfo colectivo, sino un microcosmo perfecto de la fractura interna de la expedición. Habían alcanzado la cima, sí, pero lo habían hecho como dos unidades descoordinadas, cada una siguiendo su propio ritmo y su propia lógica. La hazaña histórica ocultaba una disfunción profunda que estaba a punto de estallar con consecuencias fatales.
Cronología de la Expedición Austriaca al Karakoram de 1957
13 de abril: Llegada a Skardu, inicio de la aproximación. Miembros involucrados: Todo el equipo.
19 de mayo: Establecimiento del Campo II (c. 6.300 m). Miembros involucrados: Todo el equipo.
29 de mayo: Primer intento a cima; se alcanza la antecima (8.030 m). Miembros involucrados: Wintersteller, Diemberger.
9 de junio: Primera ascensión al Broad Peak (8.051 m). Miembros involucrados: Schmuck, Wintersteller, Diemberger, Buhl.
19 de junio: Primera ascensión al Skil Brum (7.420 m). Miembros involucrados: Schmuck, Wintersteller.
25-26 de junio: Buhl y Diemberger inician el intento al Chogolisa. Miembros involucrados: Buhl, Diemberger.
27 de junio: Accidente fatal de Hermann Buhl en el Chogolisa. Miembros involucrados: Buhl, Diemberger.
La Fractura: Skil Brum y el Punto de no Retorno
El descenso del Broad Peak no trajo consigo la celebración unida que una primera ascensión de tal magnitud merecía. En cambio, expuso las grietas que se habían estado formando en el seno del equipo, ensanchándolas hasta un punto de ruptura irreparable. El catalizador de este colapso final fue una disputa aparentemente mundana pero cargada de simbolismo: la tarea de limpiar los campamentos de altura.
El acuerdo inicial era claro y coherente con su filosofía de autosuficiencia: cada miembro era responsable de bajar su equipo personal y su parte del material común de la montaña. Schmuck y Wintersteller, fieles al pacto, cargaron con su parte durante su descenso de la cumbre. Sin embargo, Buhl y Diemberger, llegando a la cima al anochecer y completamente exhaustos, tomaron una decisión diferente. Descendieron directamente al campamento base, dejando su equipo en las alturas.
Para Schmuck y Wintersteller, este acto fue la confirmación de sus sospechas. Lo interpretaron no como una consecuencia del agotamiento, sino como una dejación de responsabilidades y una falta de compromiso con el esfuerzo colectivo. Consideraron que la otra pareja no estaba aportando su parte justa y que, además, habían asumido un riesgo injustificable al permanecer en la cumbre hasta tan tarde. La confianza se había roto.
La "Ascensión Relámpago" del Skil Brum
La respuesta de Schmuck y Wintersteller fue tan espectacular como divisiva. Mientras Buhl y Diemberger se veían obligados a volver a ascender por las laderas del Broad Peak para recuperar el material que habían abandonado, Schmuck y Wintersteller vieron una oportunidad. Con una ventana de buen tiempo que, según el oficial de enlace pakistaní, Qader Saeed, se estaba cerrando, decidieron actuar. El 19 de junio, sin comunicárselo a sus compañeros, lanzaron un ataque a una cumbre virgen cercana que todos habían discutido escalar juntos: el Skil Brum, de 7.360 metros.
Su ascensión fue una obra maestra de eficiencia y estilo. En lo que se ha descrito como una "ascensión relámpago", partieron del campamento base, cruzaron el glaciar, ascendieron a un campamento alto, hicieron cumbre al día siguiente y regresaron a la base. Completaron la primera ascensión del Skil Brum en unas asombrosas 53 horas. Fue un logro fenomenal, un ejemplo puro de estilo alpino que, en otras circunstancias, habría sido otro motivo de orgullo para toda la expedición.
Sin embargo, en el contexto de las tensiones existentes, el ascenso al Skil Brum fue un acto de secesión. Fue la gota que colmó el vaso y que desencadenó una dinámica de represalias que conduciría directamente a la tragedia. Cuando Buhl y Diemberger regresaron al campamento base, "atónitos y furiosos", descubrieron que sus compañeros no solo habían escalado otro pico a sus espaldas, sino que habían reclamado para sí el tipo de victoria alpina pura que era el sueño de todos.
Se había establecido una peligrosa cadena de acción y reacción. La falta de cumplimiento del acuerdo sobre el material (acción de Buhl y Diemberger) fue respondida con un acto punitivo y excluyente (reacción de Schmuck y Wintersteller). La respuesta a esta exclusión no se haría esperar. Sintiéndose traicionados y con el deseo de tener su propio triunfo, Buhl y Diemberger comenzaron a conspirar para realizar su propia ascensión secreta. El objetivo elegido fue el Chogolisa. La expedición, que había comenzado como una hermandad idealista, se había desintegrado en una competición amarga. El camino hacia la tragedia estaba trazado.
Chogolisa: La Novia Blanca y la Cita con el Destino
La decisión de intentar el Chogolisa (7.665 m) fue un acto de desafío. Conocida como Bride Peak (Pico de la Novia) por su inmaculado manto de nieve y hielo, la montaña representaba para Buhl y Diemberger la oportunidad de reclamar su propia gloria, de igualar la hazaña de sus compañeros en el Skil Brum. Su intento, sin embargo, se llevó a cabo en secreto. Diemberger partió primero del campamento base, con la excusa de ir a tomar fotografías. Más tarde, mientras Schmuck y Wintersteller dormían, Buhl se escabulló para reunirse con él. La ascensión no solo era secreta, sino también "ilegal", ya que no contaban con el permiso oficial para escalar esa cumbre, y contravenía las instrucciones explícitas del oficial de enlace, quien más tarde recomendaría que se prohibiera a Diemberger la entrada a Pakistán por este motivo.
Un Ascenso Fatídico: 25-27 de Junio
El 25 de junio, los dos hombres comenzaron su asalto en puro estilo alpino: una cordada de dos, con una sola tienda y en un único impulso desde la base. Su progreso inicial fue extraordinario. Impulsados por una energía renovada, ascendieron 1.400 metros el primer día, a pesar de las pesadas mochilas y el mal tiempo. Buhl se sentía exultante, en su elemento. Le dijo a Diemberger que se sentía tan fuerte como en el Nanga Parbat, que la montaña, con su nieve y hielo, era "su casa". La confianza era absoluta. Creían que "la novia iba a ser suya".
El 27 de junio, continuaron hacia la cumbre. A medida que ganaban altura, el tiempo, que había sido inestable, se deterioró drásticamente. De repente, se vieron envueltos en una furiosa ventisca. La visibilidad se redujo a casi nada, y ráfagas de viento cargadas de cristales de hielo los azotaban sin piedad. Se alternaban en la cabeza de la cordada, luchando por avanzar en medio del caos. Estaban muy cerca de la cima, a apenas unos cientos de metros.
Fue entonces cuando se produjo un momento de suprema ironía. Hermann Buhl, el hombre cuya leyenda se había forjado desafiando todos los límites, el que había sobrevivido en el Nanga Parbat gracias a su voluntad sobrehumana y al uso de estimulantes como el Pervitin, demostró la sabiduría de un veterano. En lugar de dejarse llevar por la proximidad de la cumbre, evaluó la situación con una claridad escalofriante. Se dio cuenta de que si continuaban, la tormenta borraría sus huellas, dejándolos perdidos en la arista somital, a merced de las cornisas. "¡Tenemos que dar la vuelta inmediatamente!", le gritó a Diemberger. Fue la decisión correcta, la decisión profesional, la que debía salvarles la vida.
El Accidente
Comenzaron el descenso, siguiendo cuidadosamente la huella que habían abierto en el ascenso. Diemberger iba delante. De repente, se giró y vio que la cuerda que los unía caía laxa sobre la nieve. Hermann Buhl ya no estaba allí. En la ventisca, por un instante, Buhl se había desviado unos pasos de la huella segura. Sin un sonido, la enorme cornisa de nieve sobre la que pisó cedió bajo su peso. Desapareció en el abismo de la cara noreste, una caída de 900 metros.
La reacción de Diemberger fue de incredulidad y horror absoluto. "'¡Por el amor de Dios, qué pasa! ¿Hermann?!'", gritó en la tormenta. "Mi entendimiento se hizo añicos", escribiría. El hombre que consideraba su mentor, su "padre en la montaña", se había desvanecido en el vacío. Su cuerpo nunca fue encontrado; descansa para siempre en el hielo del Chogolisa.
La muerte de Buhl no fue, por tanto, una consecuencia de su legendaria audacia. No murió por volar demasiado cerca del sol. Murió después de haber tomado la decisión prudente y experimentada de dar la vuelta. Fue víctima de los peligros objetivos de la montaña, de un momento de desorientación en la tormenta o, simplemente, de la mala suerte de pisar el punto exacto donde la nieve era inestable. Esta cruel ironía lo transforma de un simple héroe icárico a una figura trágica mucho más compleja y devastadora.
Para Kurt Diemberger, comenzó entonces una terrible odisea de supervivencia. Solo, destrozado por la pérdida, tuvo que encontrar el camino de vuelta a través de la tormenta, un descenso que lo marcaría para siempre y que añadiría otro capítulo sombrío a la historia de una de las expediciones más brillantes y trágicas del alpinismo.
La Sombra de un Gigante y el Futuro del Alpinismo
La expedición austriaca al Karakoram de 1957 dejó un legado profundamente dual. Por un lado, fue un triunfo rotundo del estilo y la visión. La primera ascensión al Broad Peak, lograda por los cuatro miembros sin oxígeno ni porteadores de altura, junto con la fulgurante conquista del Skil Brum, representó un salto cuántico en el alpinismo de altura. Fue un presagio del futuro, una demostración de que los ochomiles podían ser abordados con una ética más ligera, rápida y pura. Sin embargo, esta brillantez técnica y filosófica quedó para siempre eclipsada por la tragedia de la muerte de Hermann Buhl y la amarga crónica del colapso interno del equipo.
La historia de la expedición se convirtió, con el tiempo, en una batalla de narrativas. Durante décadas, la versión dominante, especialmente en el mundo anglosajón, fue la de Kurt Diemberger, plasmada en sus influyentes libros como Summits and Secrets. Sus relatos, a menudo románticos y heroicos, tendían a centrarse en su vínculo con Buhl, minimizando el papel crucial de Schmuck y Wintersteller y suavizando la intensidad de los conflictos internos. Fue necesario que pasara mucho tiempo para que otras versiones, basadas en los diarios de los otros miembros, emergieran para presentar una imagen más compleja y contenciosa, revelando la profundidad de las desavenencias que llevaron a la fractura del equipo.
A pesar de la tragedia y la controversia, la influencia de Hermann Buhl perdura como una fuerza monumental en el alpinismo. Fue el "escalador sin concesiones", un pionero cuyas ideas estaban muy por delante de su tiempo. Su enfoque en la escalada libre, su desdén por la logística pesada y su inquebrantable fuerza de voluntad inspiraron a generaciones enteras.
La conexión más directa y profunda es con Reinhold Messner, el hombre que llevaría la visión de Buhl a su máxima expresión. Messner, que idolatraba a Buhl y lloró su muerte, lo consideraba un alpinista "al menos 50 años adelantado a su tiempo". Para Messner, Buhl no era solo un héroe del pasado; era el profeta de un nuevo alpinismo. Vio en la ascensión al Broad Peak un "atisbo del superalpinismo del futuro" y creía que el intento final en el Chogolisa era el primer experimento consciente en una nueva era de la escalada. Estaba convencido de que, si Buhl hubiera sobrevivido, "habría revolucionado el alpinismo de nuevo en la década de 1960".
En cierto sentido, la carrera de Messner —la conquista de los catorce ochomiles sin oxígeno, las ascensiones en solitario, la primacía del estilo sobre la cumbre— puede verse como la culminación de la filosofía por la que Hermann Buhl vivió y murió. El último verano de Buhl, aunque terminó en tragedia, no fue un final, sino una señal. Su última huella, borrada por la ventisca en la arista del Chogolisa, apuntaba directamente hacia el futuro del alpinismo. La antorcha había sido encendida, y una nueva generación, liderada por Messner, estaba lista para recogerla y llevarla a cimas que Buhl solo pudo soñar.